LOS INESCRUTABLES CAMINOS DE LA FUERZA: CAPÍTULO 3 "LA CAIDA"


Hola a todos amigos de esta galaxia muy lejana. Hoy como prometimos, volvemos con el tercer capítulo de la serie “Los inescrutables caminos de la Fuerza”, de nuestro amigo David Quesada, titulado "La Caida". Y por lo que nos confiesa su autor, para él, “…el mas trepidante de todos los capítulos”.

Para los que os perdisteis el primer episodio, pincha aquí.

Sobre el autor: David Quesada es aparte de gran aficionado a Star Wars, coreógrafo de esgrima medieval, cosplayer del lado oscuro,y ha escrito "Crónicas de Goriem: Legado de sangre", "Pandemia A.V". y "La pluma de los sueños" entre otras. Traerá más aventuras basadas en nuestra saga favorita, si queréis mandarle alguna pregunta, comenta este post o puedes enviarle un mail.


Los Inescrutables Caminos de La Fuerza- Capítulo III


“LA CAIDA”


Hacía un año que Sylas había decidido abandonar a su padre y compañeros para hacerse pupilo de Darth Gárgatus, a condición de que los dejara vivir. Un año. Asía con nostalgia su bastón láser, recordando el día que lo forjó con ayuda de su padre, diez años atrás al cumplir los quince. Lo echaba tanto de menos. 

Todo ese tiempo siendo instruido en el lado oscuro de la Fuerza, luchando por mantener sus valores, el equilibrio entre el sombrío poder del lado oscuro y el puro y sosegado poder de la luz. Gárgatus le obligó a participar en asaltos a tropas de la III República en varios planetas repartidos por toda la Galaxia. 

En la inmensa mayoría de las ocasiones, conseguía no tener que matar a ninguno de los enemigos de los Sith, dejándolos malheridos, pero en otras se veía forzado a acabar con la vida de quienes osaban enfrentarse a él. Siempre confrontaba su yo puro y benigno contra la creciente parte de él que disfrutaba con la muerte y derrota del enemigo.

El lado oscuro era intenso, poderoso, abrumador e invasivo. Él luchaba con toda su voluntad por mantenerse firme, por no dejarse llevar por la ira pero, a veces, era muy complicado. Sonó el avisador de la puerta deslizante, alguien estaba llamando desde el otro lado.

            ¿Sí? —respondió Sylas sin abrir. 

            Lord Gárgatus quiere que se presente en el puente de mando —decía la voz de uno de los soldados.

            Recibido, infórmele de que en cinco minutos estaré allí. 

Eso significaba que iban a tomar otra posición de la República. Una confrontación más con hombres y mujeres que se veían forzados a la batalla con el único objetivo de ser libres. Suspiró frustrado. Se colocó la toga y el cinturón, comprobando en el espejo que iba vestido correctamente. 

Su piel era más pálida que hacía un año. Acarició lentamente la cicatriz de la cara. El recuerdo de su primera lección, una lección amargamente aprendida, como otras tantas. Se dirigió rápido hacia el puente de mando. Allí se encontraba Darth Gárgatus, observando un planeta cercano, absorto en sus cavilaciones.

            Contempla la grandeza de Kashyyyk, Sylas, planeta natal de los wookiees.

            Sí, es grande, sin duda —respondió él poniéndose al lado de su maestro—. ¿Tenemos que tomar las capitales? ¿Como en otros planetas?

            No. Hemos recibido informes de que una parte del ejército de la Tercera República se esconde en estas coordenadas —le rectificó Gárgatus abriendo un mapa holográfico sobre su brazalete de comunicaciones—. Al parecer, están asentando una base secreta y tenemos que descubrir el armamento y la cantidad de tropas que alberga ésta —Miró a su discípulo mientras éste examinaba los puntos marcados en la topografía—. Haremos una incursión nocturna. La zona posee una densa vegetación selvática, por lo que localizaremos la base sin ser vistos, detonaremos las edificaciones, mataremos a los soldados y nos quedaremos con las municiones y armamento que sea de utilidad.

            ¿Eso es todo? —preguntó Sylas deseando que Gárgatus respondiera afirmativamente. Temía que su maestro Sith tuviese en conocimiento que en esas tierras se encontraba la escuela oculta Jedi de Miralba Nader.

            ¿Que si es todo? —preguntó con despotismo pulsando el comando que replegaba la imagen holográfica— ¿Crees que vamos a encontrar con facilidad la base? Es posible que nos lleve uno o dos días. Eso sin contar con el factor de que descubran nuestra presencia antes, si alguno de nuestros soldados se deja ver.

            Muy bien, maestro —respondió Sylas asintiendo respetuosamente—. ¿Quiere que ordene la preparación de la lanzadera?

            Sí. Comunícale al comandante Urkze que disponga un pelotón de doce hombres, explosivos de tipo cuatro y armamento ligero.

            Enseguida, maestro —Sylas hizo una reverencia, dirigiendo sus pasos al hangar.

            Sylas —dijo Darth Gárgatus contemplando de nuevo Kashyyyk—. En esta ocasión, llegado el enfrentamiento con las tropas de la III República, quiero que mates a  todos y cada uno de los soldados a los que te enfrentes —Gárgatus sonrió complacido observando el reflejo de su aprendiz en el cristal. El muchacho, pese a intentar, en la expresión de su cara se descubría miedo y sorpresa—. El tiempo en el que yo, u otros soldados bajo mis órdenes, rematen a los enemigos que te has negado a matar, ha terminado. ¿Lo has entendido?

Sylas sufrió un vuelco al corazón. Gárgatus lo había estado vigilando todo aquel tiempo, observando sus movimientos y aniquilando a quienes dejaba con vida. No sabía qué le horrorizaba más, si el hecho de las centenas de vidas segadas que él creía haber salvado o ser acosado por su maestro sin ni tan siquiera percatarse.

            Sí, mi maestro—dijo acelerando el paso poco después.

Estaba preocupado, quería avisar a la maestra Nader de la presencia de los Sith antes de que peinaran la selva, pero carecía de la frecuencia de su comunicador y, de todas maneras, hacerlo desde el acorazado Sith era un riesgo. Si Gárgatus desconocía la existencia de la escuela Jedi en el sector Morlun del planeta, lo mejor era actuar con normalidad y no hacer ningún movimiento en falso.



            Órdenes, Lord Gárgatus —solicitó el cabo de primera al mando del pelotón, mientras sus hombres  descendían por la pasarela de la lanzadera.

            Divide tus unidades en dos grupos —Gárgatus se valió de un mapa holográfico para marcar el punto objetivo—. El equipo uno rodeará esta parte de la selva para llegar al objetivo donde hemos detectado movimiento y fuentes de energía. El equipo dos, cubrirá  este otro flanco —ordenó realizando una línea de luz que flanqueaba la trayectoria a seguir por el equipo dos—. De encontrar la base enemiga: observadla, infiltraos y poned los explosivos en las instalaciones que parezcan más importantes.

            A sus órdenes, Lord Gárgatus —El cabo respondió con un saludo en firme y se dispuso a organizar las tropas.

            Tú y yo nos dirigiremos a un punto más al noroeste —dijo Gárgatus a Sylas.

            ¿No vamos a apoyar a nuestras tropas? —preguntó frunciendo el ceño extrañado, procurando no mostrar preocupación.

            Los escáneres topográficos han detectado una estructura que, por su forma y tamaño, parece ser una nave de combate —respondió Gárgatus descendiendo mientras sus hombres empezaban a organizarse para llevar a cabo las dos partidas de reconocimiento—. Si lo que pretende la República es asentar una base de operaciones aquí con posibilidad de movilizar tropas en una nave de combate, incapacitar su navío es tan importante como destruir su base. Es una manera de evitar que puedan huir y a su vez destruir una herramienta poderosa. Vamos, no te quedes atrás, procura siempre estar a mi lado.

La cerrada noche apenas les permitía ver diez metros por delante de ellos. Gárgatus y Sylas se abrieron paso apartando la densa vegetación. Sylas tenía nueve años la última vez que visitó la escuela oculta de Nader, habían pasado quince años por lo que apenas recordaba las rutas que daban acceso a la escuela y aquello le causaba gran incertidumbre, ya que desconocía lo cerca que estaban, poniendo así  en peligro la vida de los padawan y jóvenes Jedis.

              Percibo inquietud en ti, ¿qué ocurre Sylas?

            Nada. No me gusta la incertidumbre de no saber qué nos vamos a encontrar.

Gárgatus se lanzó sobre Sylas, le golpeó y le dejó arrodillado, obligándolo a doblarse todavía más usando la Fuerza.

            Hace meses —siseó Gárgatus retorciendo la mano, provocando mayor dolor a su discípulo—, cuando como castigo perforé tu pierna derecha con uno de mis sables, creí haberte dejado muy claro que mentirme no es una sabia elección. 

            ¡No quiero matar sin necesidad! —mintió de nuevo apenas sin voz, intentando canalizar el dolor, evitando gritar— Eso es lo que me inquieta, estoy seguro de que no os separareis de mi hasta que no acabemos con todos y cada uno de esos soldados, —Sylas clavó sus ojos a los amarillos de Gárgatus, los cuales, en la oscuridad emitían una tenue luminiscencia— expectante, observando todos mis movimientos hasta que no quede ninguno en pie.

Gárgatus aferró los cabellos castaños de Sylas, estiró de ellos y sacó una de sus espadas. La intensa luz morada era especialmente llamativa en la cerrada noche. La puso cerca de la garganta de Sylas.  
         

            ¿Por qué no he sido capaz de extirpar el cáncer que tu padre dejó en esa cabeza tuya? —preguntó con los dientes apretados, tan enojado como impotente, valorando acabar con la vida de su aprendiz por no ser capaz de superar aquella tara—. Conoces el potencial que reside en ti, eres consciente del placer, del gozo y disfrute de acabar con un enemigo, pero te niegas a matar por tus antiguas costumbres Jedi… ¿Al final vas a ser una pérdida de tiempo, Sylas?

Él no respondió. La rabia con la que le hablaba Gárgatus le estaba indicando que estaba a punto de acabar con su vida. No estaba en situación de contraatacar, arrodillado, con el láser purpúreo de su maestro a medio palmo de su garganta…

            ¡Levántate! —le exigió, disipando la hoja de su sable y arrojando a Sylas sobre el suelo embarrado—. Acabaré extinguiendo lo poco que queda de Jedi dentro de ti. Continuemos con la tarea que tenemos aquí.

Sylas siguió la marcha en la retaguardia, sentía la ira en su maestro, temía que en cualquier momento se girase con las armas en mano. Gárgatus se detuvo al lado de una cascada. Sylas se puso a su lado derecho.

            Está demasiado oscuro como para ver lo que hay abajo —afirmó Sylas aguzando la vista, observando el torrencial incesante de agua caer a la oscuridad.

            No es sólo la oscuridad, la cascada tiene una caída de varios kilómetros —Gárgatus realizó un ademán y en un segundo Sylas estaba suspendido en el aire sobre la cascada—. Sólo evitarás la muerte usando la Fuerza, sin reprimir un ápice del lado oscuro en tu interior.

Darth Gárgatus liberó su presa invisible dejando a Sylas caer. Las gotas de agua golpeaban su rostro en la vertiginosa caída. Agitaba los brazos y las piernas sin saber cómo actuar, bloqueado. Abrió las manos y, gritando rabioso, las extendió al fondo del abismo descargando el mayor flujo de energía que jamás había manejado. En su cabeza, cientos de flashes desbordaban sus sentimientos de ira y rabia mientras seguía cayendo sin remedio.

 La “oleada de tormento” estaba siendo insuficiente para frenar su velocidad, pero cuando faltaban apenas un par de cientos de metros para colisionar contra unas afiladas rocas bajo la cascada, consiguió liberar completamente la Fuerza interior, arrojando sobre éstas un torrente de energía descomunal y destruyéndolas, convirtiéndolas en polvo. 

El torrente de energía frenó la caída y lo redirigió hacia la laguna, lejos del rompiente de la cascada, sumergiéndose en las frías aguas a gran velocidad. Sylas percibió como su cuerpo cambiaba al dejar fluir toda esa energía a través de él. Su corazón estaba embotado, la sensación de enfado era latente, no conseguía calmar su estado lo que acentuaba un creciente temor que a su vez alimentaba la ira, generando un círculo vicioso. 

Cuando  consiguió salir del lago, quedó arrodillado en la orilla chorreando y tiritando por el frio, miró sus manos que ahora estaban surcadas por oscuras venas azuladas. Sylas temía ver su cuerpo desnudo a la luz del día, pues si en aquella oscuridad era capaz de distinguirlas debían ser muy visibles. Al momento pensó en cómo la gente reaccionaría al verlo, estaba marcado por el estigma del lado oscuro.

            Esto no puede ser bueno —susurró, incorporándose mientras le castañeteaban los dientes.

Sylas alcanzó su bastón láser y desplegó ambas hojas al escuchar movimiento entre la maleza selvática cercana. Sorprendido, descubrió a tres jóvenes Jedis que se armaron rápidamente e iluminaron la oscuridad colindante con el haz de sus sables.

            Eriel, ¡vuelve y avisa a la maestra Nader! ¡El Sith está aquí! —dijo el chico y una de sus compañeras salió a la carrera.

            Tenéis que salir de aquí. Huid —solicitó Sylas percatándose de que su voz se había tornado algo rasgada—, no estoy solo.

            Sith, puede que seamos más jóvenes que tú —respondió desafiante la Jedi, su láser naranja dotaba su rostro de sombras que definían los pómulos y sus grandes ojos—, pero no somos tan ingenuos como para creer tus mentiras

            No lo entendéis —dijo Sylas apretando los dientes, conteniendo el instinto que le movía a provocar el enfrentamiento, iniciar la batalla, acabar con sus vida, derrotarlos y gozar con el éxtasis de la victoria. Era consciente de que el lado oscuro estaba empujándole a ello—. Me acompaña un maestro Sith, desconoce que exista la escuela en el planeta.

            Ya te encargarás tú de decírselo, ¿verdad? —la Jedi atacó y Sylas esquivó ambos embates.

            Os aseguro que no queréis que luche —dijo exasperado, pulsando los botones que disipaban sus hojas. Pese a intentar evitarlo en su tono se apreciaba cierta soberbia—. No es el mejor momento para poner a prueba mi calma.

La Jedi atacó y Sylas la apartó usando la Fuerza, a lo que el compañero de ésta reaccionó descargando un golpe descendente sobre su cabeza. Sylas esquivó ese primer golpe y se anticipó al segundo dando un paso largo, quedando en combate cerrado contra el joven para golpearle en el estómago con uno de los extremos de su bastón. Ambos Jedis recompusieron su guardia, uno se posicionó a su espalda y el otro frente a él. Como anunciando la tensa confrontación, un rayo cruzó el negro cielo, permitiendo a los guerreros ver con claridad durante un segundo el entorno y al resto de los contendientes.

            Estáis cometiendo un terrible error —aseguró Sylas volviendo a activar sus hojas láser azules, controlando la posición y el acechante movimiento de sus dos contrincantes. 

Sentía un rencor creciente, producto de la impotencia de no ser escuchado por aquellos jóvenes, no podía evitar la sensación de ser superior, de sentirse insultado por sus dos contrincantes que se creían tener alguna posibilidad contra él. Sylas sacudió la cabeza deshaciéndose de aquellos pensamientos que lo perturbaban y lo alejaban cada vez más del lado luminoso de la Fuerza. 

Comenzó a llover con vehemencia. Las gotas de agua se desvanecían al caer sobre las hojas láser, generando una débil bruma alrededor de éstas. La luz proyectada por los sables hacía que las gotas cercanas que caían emitieran fugaces brillos del color del plasma. Sylas esperaba el primer movimiento ofensivo, expectante por realizar un contraataque.

            Os di la oportunidad de huir —dijo amenazante, lentamente, arrastrando las palabras mientras giraba su arma—, pero me obligáis a librar un combate que he intentado evitar por vuestro propio bien. Cuando queráis arrepentiros, será demasiado tarde.

            Quizá seas tú quien se arrepienta de haber venido a buscarnos.

La voz provino de entre la maleza y, al momento, se iluminaron cuatro sables de luz, dos verdes y dos azules. Un quinto de color plateado dejó ver la cara de quien había hablado: Miralba Nader. La lluvia intensa no caía sobre ella, las grandes gotas de agua golpeaban a su alrededor, la maestra Jedi usaba la Fuerza para repeler la torrencial tormenta.

            ¡Maestra Nader! —exclamó Sylas con intención de acercarse a ella, pero los Jedis pronto se interpusieron en su camino— ¡Tiene que llevarse a sus aprendices de aquí!

            ¿Sylas? —preguntó ella, tan extrañada como sorprendida. No era sólo la lluvia y la oscuridad lo que le hacían difícil reconocerlo. Estaba muy cambiado.
 

            Sí, soy yo —respondió con urgencia, asintiendo con la cabeza—; dígale a sus Jedis que enfunden sus armas y abandonen el planeta antes de que Darth Gárgatus os localice.

            La Fuerza es poderosa en ti, y está corrompida por el lado oscuro, Sylas —afirmó ella acercándose más a él. Los Jedis que la acompañaban lo rodearon, expectantes a cualquier acción violenta—. Pobre de tu padre, poco consuelo será para él saber que estás vivo pero que ahora eres uno de ellos.

            ¡No! Os equivocáis —negó con efusividad a lo que los alumnos de Nader cercaron mayormente el circulo sobre él—, maestra Nader, no quiero profesaros ningún mal a vuestra escuela ni a vuestros alumnos. Él todavía no sabe que en este planeta hay una escuela Jedi.

            No puedo confiar en tus palabras, Sylas, el lado oscuro es intenso en ti, pondría en peligro al confiar en ti. Podría ser todo parte de una treta y es algo a lo que no me puedo arriesgar.

            ¡Maldita sea! —exclamó Sylas furioso. Embotado por la impotencia su rabia aumentaba por momentos— ¡Escúcheme de una vez o moriréis todos!
 

            Pobre Sylas —respondió ella compadeciéndose ante el arrebato impetuoso de éste—. Seguías los pasos de tu padre y ahora no eres ni una mera sombra de él.

            Una sombra que ha hecho su trabajo a la perfección.

Darth Gárgatus apareció por detrás de uno de los Jedis y realizando cuatro movimientos fugaces le cortó los brazos y las piernas; con dos zancadas largas llegó hasta Nader, obligándola a defenderse rápidamente ante sus dos ataques horizontales. Otra de las Jedis cometió el fatal error de confiarse al estar a la espalda de éste, lanzando una estocada a sus lumbares. Gárgatus dio un paso atrás, realizó un giro de cadera absorbiendo el golpe y cortó la cabeza de la joven.

            Bien hecho, Sylas. Yo me encargaré de la maestra Nader —dijo Gárgatus sonriendo, apuntando desafiante a la maestra—. Los jóvenes son todos para ti. No me decepciones y acaba con ellos.

Sylas se encontraba angustiado al verse forzado a llevar a cabo una lucha que no deseaba. Por un lado estaba presente su mentor Sith a quien no podía mostrar debilidad pero además, los dos Jedis que tenía en frente se lanzaron sobre él con fiereza. Las hojas láser segaban la lluvia, dejando a su paso una estela de bruma y perfilando la trayectoria de los golpes. Sylas esquivó el golpe horizontal del adversario a su derecha, bloqueó el de su izquierda, empujó y giró su bastón parando el ataque simultáneo de los que tenía a su espalda.

Dio un paso lateral, giró y buscó distancia entre los cuatro atacantes. Los dos primeros movieron rápido sus armas, descargando varios golpes sobre Sylas, obligándole a recular y bloquear todos y cada uno de ellos. Pisó en falso el suelo, cada vez más embarrado, por lo que se vio forzado a saltar de espaldas, soltar el bastón en el aire y volverlo a coger una vez aterrizó recuperando el equilibrio. 

“No los mates, no los mates, incapacítalos, incapacítalos, maldita sea”, se repetía Sylas una y otra vez. Miró atrás y realizó varios giros moviendo con agilidad su arma para atacar a los que estaban volviendo a ganarle la espalda. Consiguió herir en la pierna a uno de ellos  tras engañarle con una maniobra diversiva, volvió a girar encarándose a los otros dos, bloqueó el ataque de uno y separó el bastón en dos sables para atacar al otro. 

Intuyó un golpe horizontal por la espalda, se agachó, lanzó al aire el sable que sostenía con su mano izquierda y comenzó a usarlo con la Fuerza para mantener a raya a los dos contrincantes tras él. 

Éstos estaban confusos ante lo impredecibles que eran los movimientos del sable, danzando en el aire y atacándoles sin cesar mientras Sylas blandia el otro contra los Jedis a su frente. La chica quiso estocarle, pero él absorbió el golpe y la agarró por la muñeca para lanzarla sobre su compañero; el otro fue más rápido y consiguió herirle en un costado. Al sentir el dolor, la candente hoja de plasma atravesar la carne, Sylas perdió el control por completo. 

Con su mano izquierda proyectó una tremenda “oleada de tormento” sobre los dos contrincantes. La muchacha consiguió, a duras penas y reculando, absorber y controlar el flujo eléctrico usando su sable de luz. En cambio, el que le había herido, recibió de pleno todo el torrente eléctrico y salió despedido varios metros atrás. Sylas estaba seguro de que ese ya no daría problemas.

            Vosotros lo habéis querido —dijo con voz gutural. 

Sylas hizo que el sable que manejaba usando la Fuerza girara a gran velocidad, haciendo casi imposible detener sus ataques. Teniendo entretenidos a los contrincantes a su espalda, se abalanzó sobre la Jedi, realizó un ataque descendente, un segundo ataque horizontal y uno ascendente. 

Asestaba los golpes con fuerza, con rabia, buscando con fervor cortar lo que encontrara en su camino. Ella esquivó y bloqueó todos y cada uno de los ataques, contraatacó y él se agachó esquivando el golpe de la chica, usó la Fuerza para impulsarse hacia atrás, se hizo un ovillo en el aire y pasó entre los dos contendientes a su espalda. 

Consiguió lo que quería: los dos Jedis se dieron la vuelta, enfrentándose a él y olvidando durante un breve segundo el sable que danzaba en el aire. Hizo que el sable descendiera rápidamente sobre la cabeza de uno de ellos. La hoja chisporroteó violentamente al golpear fangoso suelo, tras rebanar en dos perfectas mitades al Jedi.

            ¡Monstruo! —gritó  consternado el compañero del Jedi asesinado levantando su arma, preparado para atacar a Sylas mientras éste recuperaba su sable y volvía a unirlo al otro. 

Sylas y los dos Jedis restantes se quedaron parados al escuchar un grito agónico. Al dirigir la mirada hacia el lugar de donde procedía, los tres vieron horrorizados cómo Darth Gárgatus perforaba el pecho de Miralba Nader con sus dos armas.

            ¡Maestra Nader! —gritaron los dos Jedis.

Sylas, observando la escena, recordó el momento en que Gárgatus irrumpió en la escuela de su padre y acabó con los padawan que encontró en su camino. Aquella retrospectiva le hizo volver en sí, percatándose de lo que había hecho, cayendo de rodillas sobre el fango, sintiendo cómo la lluvia lo golpeaba incesante.

            Luke, ¡tenemos que avisar al resto! ¡Corre! —dijo la Jedi a su compañero y ambos se perdieron entre la espesura, la lluvia y la oscuridad nocturna.

            Eso, llevadnos a la escuela, idiotas —dijo Gárgatus caminando hacia Sylas—. Levántate, deja de mortificarte y acepta el lado oscuro. A fin de cuentas tú me has traído hasta ellos, en el fondo sabes que querías probar tus habilidades y…

Sylas abrió las manos dejando surgir torrentes de electricidad que se propagaban entre las gotas de lluvia. Gárgatus consiguió parar con sus manos la “oleada de tormento” pero aun así no pudo evitar salir despedido casi cien metros atrás.

            ¡Cállate! ¡Yo no quería esto! —dijo afligido y lloroso. Le reconcomía por dentro la extraña sensación de que, en parte, Gárgatus tenía razón— ¡Basta de manipularme!

Sylas salió a la carrera, sorteando obstáculos, apartando la maleza. Ni toda el agua de la torrencial lluvia que caía sobre él sería capaz de limpiar la deshonra, el pecado cometido, el mal anidado en su interior. Desesperado, corrió y corrió hasta finalmente llegar a la lanzadera de Gárgatus, donde dos guardias custodiaban la pasarela de entrada. Usando el cobijo de la lluvia y las sonbras lanzó sus dos sables, activando las hojas de ambos en el momento preciso, cortando la cabeza de ambos centinelas. 

Entró recuperando las armas al vuelo, accionó el botón que cerraba la pasarela y se dirigió a la cabina de mandos, donde estaba distraído el piloto. Atravesó el asiento con uno de los sables, arrebatándole rápidamente la vida. Necesitaba huir, alejarse de Darth Gárgatus, volver a sus orígenes antes de que acabara consumiendo los leves resquicios de luz que quedaban en su alma.



Sylas salió de la lanzadera en mitad de un paraje desolador. Las dunas de Caamas llamaban a lo que siglos antes fue un paraje de una exuberante vegetación. La creciente flora dentro de los inmensos cráteres, tras el bombardeo orbital que sufrió, demostraba que el planeta se recuperaba tras años de desolación. Miró el hólopotrox, un juguete muy estimado en su infancia. 

Tras lo ocurrido en Kashyyyk, puso rumbo a donde su padre instauró la escuela Jedi. Sabía que tras la aparición de Gárgatus, su padre y maestro, desaparecería y pondría a salvo al resto de padawans y Jedis a su cargo, pero Sylas necesitaba volver a sus orígenes, recordar lo que realmente fue y no en lo que Darth Gárgatus lo había convertido.

En la abandonada escuela, en lo que había sido su habitación, encontró el hólopotrox, un juguete que proyectaba la imagen de un wookie o un humano y, según los botones que se tocaran, permitía al niño cambiarle el atuendo, el arma y dotarlo de movimientos. 

Descubrió que su padre había introducido un mensaje oculto dentro de él pues, al encenderlo, tenía una nota de voz grabada: “Donde la estrella de los brillos arcoíris, hijo mío, allí te espero”. Sylas, a los siete años de edad, era muy curioso y le fascinaba el entendimiento del cosmos, las estrellas y las constelaciones. 

Una vez le preguntó a su padre qué era aquella estrella de brillos arcoíris, y éste, sonriendo, le explicó que era Cirius, la estrella que iluminaba el planeta Caamas, del cual le contó decenas de historias. Y allí se hallaba, con la esperanza de encontrar a la única persona que podría ayudarlo a reencontrarse a sí mismo. 

Caminó durante dos horas, siguiendo su instinto y percibiendo la Fuerza en la zona hasta que fue emboscado por cinco Jedis. Sylas no se inmutó, recolocó la cinta que mantenía su bastón a la espalda y miró a los cinco jóvenes que lo rodeaban.

            No des ni un paso más, Sith.

            Durgan, ¿eres tú? —preguntó Sylas sonriendo, sintiendo alivio.

            Y tú como… —Durgan escrutó con mayor atención al Sith y abrió mucho los ojos, sorprendido al reconocerlo—. ¡Sylas! —exclamó con expresión aliviada, tuvo intención de acercarse a él, pero escrutó el cuerpo de Sylas y mantuvo la distancia—¡Oh, ¿pero qué…?! ¡Te ha destrozado ese maldito Sith!

            Necesito ayuda de mi padre, Durgan —respondió Sylas. Sus antiguos compañeros se miraban entre sí, dudando de cómo actuar.

            No puedo arriesgarme a llevarte a la escuela —manifestó con profundo pesar. Pese a lo que la Fuerza en Sylas le indicaba, seguía apreciándole y le dolía verlo así—. Eres un Sith, puedo sentirlo.

            Durgan, te lo suplico —Sylas abrió las manos, miró fijamente a los ojos a Durgan el cual no lo soportó teniendo que apartar la mirada—. Estoy al borde del precipicio, el lado de la luz apenas tiene fuerza para brillar en mi interior.

            ¿Y cómo puedo saber que mi hijo sigue vivo y que lo que tengo delante no es una mera marioneta de los Sith?

Adaresc apareció por la espalda de Sylas.

            Mirad en mi interior, padre —respondió girándose y cayendo de rodillas, con lágrimas en los ojos—. El lado oscuro está ahogando mi corazón, no lo soporto, no puedo más. Si no me ayudas acabaré siendo como ellos.

            En tu interior sólo veo una alta corrupción de la Fuerza, Sylas —Adaresc hizo un ademán para que sus Jedi bajaran las armas. Llegó hasta su hijo, lo cogió por los hombros para levantarlo del suelo y lo abrazó—Pero tus ojos me dicen que aún sigues ahí, y lucharé por ti, hijo mío. Bienvenido a casa —concluyó con los ojos vidriosos.

Continuará....

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